
José Ángel Rueda
29, octubre 2025 - 6:00
Hay un pensamiento que siempre me llega cuando veo béisbol, sobre todo cuando se trata de un partido importante, por ejemplo de playoffs o de Serie Mundial, y que tiene que ver con el pitcher y su soledad. Creo firmemente que se trata de la persona más solitaria del mundo, a pesar de estar rodeado de miles de fanáticos o que los pensamientos de otros miles, incluso millones, estén con él.
El pitcher sale y se sube al montículo, como ese lugar reservado para quien dispara, pero también para quien recibe los cañones. Respira hondo, con el gesto concentrado, y aprueba o desaprueba las señales de su catcher, el único personaje con quien tiene una comunicación real mientras dura su labor. Luego lanza y comienza un duelo estratégico que supone un engaño constante, tirar la bola que el bateador no espera.
Visto desde una perspectiva externa, el juego acepta cientos de posibilidades que hacen de la búsqueda de esos tres strikes una batalla apasionante y plagada de tensión en la que la línea entre ser el héroe o el villano es prácticamente invisible.
Imagino los nervios de acero que deben tener esos hombres cuando la cuenta está llena, y las bases también, y saben que un hit o un jonrón puede costar una temporada entera. O más que eso, quizá, y la ilusión de toda una afición se pone en entredicho.
Desde afuera un mundo los apoya, o los cuestiona, o busca sumar un poco de presión a un momento que parece inmanejable para cualquiera, pero no para ellos. Los misterios de la pelota deciden su destino, y después de algunos rodeos, por ejemplo batazos de foul o algo parecido, llega la definición, el batazo que lo dinamita todo o el strike soñado que pone la cuenta en ceros y hace que todo vuelva a empezar, sin daños que lamentar.
Entonces llega ese momento en el que el pitcher desahoga toda la tensión acumulada y pega un grito de alivio o esconde las emociones detrás de la sobriedad de su gesto, para luego emprender el camino de vuelta al dugout, y las cámaras enfocan su marcha triunfal, pero también profundamente solitaria.
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