
José Ángel Parra
17, agosto 2020 - 8:00
EL OSO DEL OSO
Hay quien cree que el 9 de agosto de 1981 una especie de maldición surcó el cielo azul. Ese día, el suéter a rayas horizontales del mítico Miguel Marín no hizo efecto en el petrificado Oso Ferrero, capaz de atestiguar, cual fiel seguidor, el póquer de goles de la inspirada artillería Puma. Quienes auguraban un nuevo tricampeonato para Cruz Azul descubrieron, en cambio, la conversión del Niño de Oro al ídolo Hugo Sánchez cuando éste levantó, orondo, el trofeo en el estadio Olímpico Universitario, justo antes de emigrar al viejo continente.
Aquella tarde, en CU, la ausencia del Superman -como le decía Ángel Fernández- sentenció el fin de una era. El último eslabón del setentero campeón celeste había dejado las canchas, víctima de problemas cardíacos.
Atrás habían quedado otros ídolos… Fernando Bustos, Eladio Vera, Cesáreo Victorino, Octavio Muciño, Horacio López Salgado, Héctor Pulido, Javier Sánchez Galindo y un largo etcétera. Sin embargo, alguien más supone que la auténtica desventura obedece a la mudanza del Seminario Menor a La Noria. En el otoño de 1990, de manera simbólica, “sembraron” la primera piedra, extraída del camposanto vecino, del que a la fecha es su centro de prácticas.
Otro viejo fanático adjudica el maleficio al malogrado cambio de sede: Cruz Azul abandonó el Azteca y transformó el Azulgrana en estadio Azul. Durante años se negó el éxito en dicho inmueble, porque ni siquiera en el Invierno 97 consiguieron celebrar ahí. Es el Nou Camp leonés la ventana de su último recuerdo feliz.
Por eso, después del tardío regreso al Coloso de Santa Úrsula, los añejos cruzazulinos de cepa, aquellos que cambian de escapulario mes con mes, imaginan que la forzada y concluida renta en CU puede servir ahora como catapulta anímica: el último descalabro, en territorio felino, data del 15 de enero de 2017. Desde entonces, siete victorias y dos empates, incluidos los recientes compromisos de la Copa por México, aderezados por el insípido título de pretemporada atesorado por los maquinistas en el Pedregal.
Mas en este convulso 2020, cuando la memoria vuelve a chocar con la fantasía, a partir del favorable reestreno del Azteca, el cortocircuito sufrido ante Gallos Blancos redescubre a una Máquina intocable en la capital, tras cosechar en la CDMX los nueve puntos disputados a la fecha. Aún así, con todo y los destellos del Cabecita, la frescura del Chaquito o el empuje de Romo, la inolvidable Máquina de los 70 siempre sale a flote para cargar con la grandeza extraviada, mientras alguien no se atreva a romper con el mal fario heredado al Oso que, cierto día, osó portar el legendario suéter a rayas horizontales del Gato Marín.
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